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martes, 20 de marzo de 2012

Pago deuda AA.PP.: Imprescindible, impresentable, y sin rematar.


La decisión por parte del gobierno de constituir un crédito sindicado de 35.000 millones de euros para facilitar el pago de las enormes deudas a proveedores por parte de los ayuntamientos y las comunidades autónomas es una medida poliédrica con múltiples aristas. La arista positiva es que es una medida imprescindible que ya iba siendo hora de ser abordada. La demora en el pago por parte de las  AA.PP., sumada a la escasez de financiación para pymes, es un cóctel letal que se ha convertido en una de las principales causas de destrucción de empleo de este país.
Sin embargo se tenía que haber llegado más lejos, y esta es la arista “sin rematar”.
Siguiendo la estela del establecimiento del límite constitucional para el déficit público, hubiera sido un magnífico momento para haber limitado, de verdad, el plazo de pago a proveedores. Y no sólo para las administraciones públicas, sino para todo tipo de transacciones comerciales efectuadas en el estado español.
Los abusos en el pago a proveedores no es monopolio del estado. Las grandes empresas españolas establecen unos períodos de pago a proveedores que, en algunos casos, pueden calificarse de abusivos. Así, los pequeños proveedores se ven obligados a soportar este estigma del comercio español si quieren mantener sus clientes importantes (o lo tomas o lo dejas), y esto se traduce en una necesidad de financiación extraordinaria que grava de manera notable los beneficios y la supervivencia de las pymes.
La ley de morosidad que en España entró en vigor en Julio de 2010 es demasiado laxa para ser efectiva. La ausencia de sanciones administrativas para las compañías que incumplan los plazos legales para efectuar el pago de las facturas mantiene a las pequeñas empresas en manos de las grandes corporaciones. A pesar de que la ley permite la exigencia de intereses de demora, esta no es la cuestión importante sino la puntualidad en el pago.
La consecuencia es que un pequeño proveedor de una gran empresa deberá aceptar sin rechistar los plazos de pago que ésta le impone si no quiere ver peligrar su relación comercial con un cliente estratégico.
En la mayoría de los países desarrollados, el pago de las facturas es mucho más ágil. Más concretamente, la UE aprobó una directiva para limitar a 30 días el plazo para el pago de facturas tanto en el ámbito público como privado (aunque con amplias excepciones), mientras que la ley española establece, a partir del 1 de enero de 2013, fecha en que termina el período transitorio, un plazo de 60 días en las transacciones privadas y 30 días para las transacciones con las AA.PP.
En un momento de sequía financiera como el que estamos sufriendo, el estricto cumplimiento del plazo de pago limitaría sustancialmente las necesidades de financiación de todas las empresas españolas. La consecuencia, extraordinariamente beneficiosa, no sólo se traduciría en una deseable dinamización del comercio de este país, sino que permitiría a muchas empresas salvarse del cierre por motivos exclusivamente financieros.
La otra cara de la moneda se centra en el único sector beneficiado de nuestras malas prácticas: la banca privada. Debido a esta lacra del comercio español, a esta endémica e inexplicable dilatación de los pagos en España, la banca privada obtiene grandes beneficios a través de la financiación de los derechos de cobro de las empresas. Y no sólo esto sino que, debido a su gestión del riesgo, se convierte en árbitro de las posibilidades de supervivencia de muchas pequeñas empresas al decidir, según sus legítimos criterios, la concesión o denegación de la necesaria liquidez a los sufridos proveedores.
Pero el aspecto “impresentable” de esta medida es la increíble bicoca que se le ofrece sin justificación aparente a la banca privada, que con una mano toma dinero prestado del banco central europeo -nuestro dinero- a un tipo de interés del 1% para a continuación, sin más esfuerzo que tomar ese dinero con la otra mano, prestarlo al estado -es decir, nos lo presta de nuevo y a su vez a nosotros- a un tipo de interés que supera el 6%.
Un negocio financiado que reporta a la banca privada un beneficio neto de un 5% por no hacer nada de nada, absolutamente nada.
Un negocio que nosotros le proporcionamos y que, sin valor añadido alguno, nos cuesta un 6%.
Juro que en mi próxima vida seré banquero.


abap
 

jueves, 16 de febrero de 2012

¿Qué con 50 años ya no sirvo…?



“¿Qué con 50 años ya no sirvo…?  ¡ja!”

Steve Jobs, una leyenda


Eso me decía un buen amigo, frustrado por la sinrazón de las cabezas pensantes de este país.
Y es que si buscas trabajo con esa edad -o superior, por supuesto- lo llevas claro.

También me contaba que, durante los últimos años de su vida profesional, en demasiadas ocasiones tuvo que apagar fuegos, fuegos provocados por profesionales noveles liderando proyectos, que ni habían podido evitar las llamas, ni habían podido sofocarlas.
Que habían recurrido a él a modo de bombero, pero que ni pagado ni agradecido, y que él mismo le había ahorrado a su compañía un puñado de millones de euros.
Y no le echaba la culpa al joven jefe de proyecto, que hacía lo que podía y que solía terminar frustrado, sino al lumbreras que era su superior y que le había puesto al frente de un proyecto para el que no estaba preparado.

Increíblemente, mi amigo fue despedido.

Y el único supuesto motivo que él encuentra para justificar su despido es... su “avanzada” edad.
Joder, ¡qué fuerte!

Creo que no exagero si afirmo que el directivo más admirado del mundo tiene nombre propio: Steve Jobs. Me gustaría recordar a los responsables de las grandes compañías (corrijo: irresponsables de las grandes compañías) que Steve Jobs murió con 56 años sin que nadie se atreviera a afirmar, ni siquiera a insinuar, que "estaba mayor" y que ya no servía para los negocios.

Y es que cuando uno ya ha rebasado los 50 años lleva sobre sus espaldas muchas experiencias, unas buenas y otras malas, y que entre todas le hacen a uno más sabio.

De manera recurrente se mencionan dos motivos –tan absurdos como estúpidos- para justificar la prescindibilidad de profesionales de más de 50 años: 1. Que su remuneración es muy alta, y 2. Que ya no son moldeables, que ya no se tragan cualquier “milonga”.

En cuanto al primer argumento, se puede afirmar con total seguridad que la experiencia y el saber hacer de un profesional experto justifican -de largo- un sueldo que, por otra, no suele diferenciarse del que se le otorga a quien le sustituye, con mucha menos experiencia y con gran riesgo de meter la pata y hacer perder una pasta a su compañía.

En cuanto al segundo motivo de prescindibilidad me temo que tienen razón: Un profesional de verdad, curtido en mil batallas, ya no se come el primer rábano que algún desaprensivo quiere hacerle tragar. Pero, curiosamente, y resulta absurdo por lo paradójico de la argumentación, queridos irresponsables de las grandes compañías de este país:
¡Ese es su fuerte, joder, ése es su gran valor!

¡Dios mío, qué país!

abap


lunes, 6 de febrero de 2012

¿Innovación? No se enteran



Asisto, con mi sorpresa e incomprensión habituales, cómo los estamentos “oficiales” (gobierno, patronal, sindicatos) de este país nuestro, España, se reúnen y deciden –mejor dicho, “intentan”- hacer de España un país innovador.

Y claro, como no es suficiente con decidirlo, y después de gastar una o dos neuronas, llegan a la conclusión de que lo van a conseguir a través de… ¡La formación!
¡Bien!
Digo… ¡Mal!

Muy mal. Estos chicos no se enteran de nada.



Por su parte, el Ministerio de Ciencia e Innovación (bonito nombre…) lo intenta a su vez financiando proyectos de I+D+i. El problema es que para financiar proyectos innovadores, tendrás que llevar antes la innovación a las empresas, ¿no te parece?
 
No lo van a conseguir nunca, así es imposible.
Esa estrategia sólo les va a llevar –nos va a llevar- al fracaso.

Pero no sólo no se enteran ellos; la inmensa mayoría de las empresas españolas están de acuerdo en que “eso de la innovación está mu güeno”, y ahora, de repente, todos quieren ser innovadores.
Y entonces, se gastan una pasta en… ¡Formación! (otra vez, pufff).
Y... ¡hala, todo el mundo a innovar!

Y teniendo en cuenta que una gran parte del costo de esa formación está subvencionada (es decir, la pagamos nosotros, los pringaos, para que –supuestamente- se beneficien las empresas), pues como que me pongo de mala hostia.

Y como además soy amante de las cosas bien hechas, pues me pongo de más mala hostia al ver cómo estos incompetentes nos llevan una vez más, con ese empeño secular del que hacen gala, al fracaso y a la frustración nacional.

Y esto no es invención mía, lo he visto con mis propios ojos en prácticamente todas las empresas que he tenido que visitar por motivos profesionales. Y no hablo de “Pepito Pérez y Hnos.”, no. Hablo de empresas “de postín”, de esas que son bandera de la industria nacional (IBEX35 y afines).
Muchas de ellas apuestan por "Políticas del terror", en las que ningún sufrido y estresado empleado puede asegurar que al día siguiente va a seguir en su puesto de trabajo.
Apuesto lo que queráis a que no lo van a conseguir.

Y no lo van a conseguir porque sus directivos, esos que lucen "Graduated in USA" y flamantes MBA, no huelen el queso.
“Lo que natura no da, Salamanca no presta”.
Y esto me lleva a una pregunta que desde hace muchos años llevo haciéndome de manera recurrente: ¿Cuáles son los criterios –los fucking criterios- para elegir a los altos directivos de las empresas?
Hasta el momento, y después de muchos años intentando descifrar este enigma, he llegado a las siguientes –y tristes- conclusiones:

1. Se elige a los altos directivos por confianza, pero en ningún caso por competencia.

2. Un directivo con criterio propio es molesto e ineficiente, rompe la cadena de mando: Las órdenes que vienen desde lo más alto se interrumpen y eso no se acepta, por más absurdas, torpes e inoportunas que sean las instrucciones.

3. Se eligen por criterios un tanto sicodélicos: “se relaciona bien”, “tiene buena imagen”, etc. Curioso que a un Director de Producción se le contrate porque es simpático y no por ser el que más tornillos saca de la fábrica…

En resumen: Incompetencia general.

Alguien podrá decir que es fácil decir que algo está mal sin proponer, a continuación, la solución.
Bien, tiene razón, pero es que todavía no pierdo la esperanza de hacerme rico enseñando a estos incompetentes como llegar a la innovación, jejeje.


abap


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